Todos los 30 de cada mes los hermanos solían viajar hasta ese lugar, solían volver a ese infierno, a esa pesadilla, a ese altar levantado con lagrimas y recuerdos, con memorias y zapatillas, lleno de fotos y frases que iban a leer los pibes, donde quiera que estén.
Al quinto año, sentada sobre la calle Mitre, miró a su hermano con los ojos llenos de lágrimas, y después de respirar profundo confesó llena de dolor: "No se cierra, es una herida que no se cierra, todavía respiro humo y empujo gente". No podía entender por qué ella estaba ahí, por qué ella y no otra persona, por qué ella y no alguno de los 194 nombres que estaban escritos sobre esa pared. "Ustedes se tendrían que haber muerto en Cromañon", esa frase que había escuchado en la última manifestación a la que había asistido, no paraba de hacer presencia en su cabeza haciéndola sentir la culpa por salir.
El quinto año fue el año del cambio, esa fue su última visita al santuario de las almas, ese día cuando caminaba de espaldas para volver como siempre, pedía perdón por sobrevivir...Ese 30 de mayo al alejarse, prometió no volver a visitar a los invisibles por un tiempo, hasta sentirse preparada para no sentir ganas de irse con ellos.
El tiempo pasó. Hoy no la persiguen los fantasmas, hoy puede dormir con la luz apagada, hoy ya no son una tortura las navidades y los años nuevos, hoy puede estar en lugares totalmente cerrados, hoy las cosas ya no tienen olor a humo y el piso es piso, ya no es gente.
Hoy, aunque muchas cosas cambiaron, esa noche al volver de la visita e intentar dormir, lo único que hacía era dar vueltas y vueltas y no parar de toser...otra vez necesitaba prender la luz, y abrir la puerta.
Aunque muchas cosas habían cambiado, no estaba lista para volver...
Los cristales y puñales son señales, son caminos que tal vez hay que pasar. Cuando todo se atropelle, cuando la vida se calle, y la muerte juegue al juego del disfraz...solo la sed y la ilusión van a quedar.
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